“Yo vivía en la zona centro de Santiago, y recuerdo ver tanquetas que recorrían la ciudad. En cada esquina uno se encontraba con tanquetas con militares armados”, cuenta Oscar Cárdenas, cineasta chileno que creció en Chile durante el golpe militar y la posterior dictadura de Augusto Pinochet, la que se prolongaría finalmente por 17 años hasta el retorno a la democracia en el país en 1990.
Nathalie Molina Altamirano, quien llegó junto a su familia a Australia en 1978 luego de que sus padres buscaran un mejor futuro para sus hijos lejos de un Chile dividido y en donde el gobierno militar violaba los derechos humanos impunemente, siente que es difícil transmitir las sensaciones y los recuerdos de esos tiempos a sus hijos, quienes solo conocen la realidad australiana. “No se pueden imaginar ver a la policía con metralletas o tanques en la calle. Para ellos es como estar viendo una película”.
Esas imágenes de la policía y los militares desplegados por las calles, cargando armamento pesado y utilizando vehículos blindados para contrarrestar las protestas, volvieron a observarse en Chile casi medio siglo después del Golpe de Estado de 1973, pero esta vez en el marco de las manifestaciones conocidas como el “estallido social”, las que aunaron un clamor multitudinario que exige la transformación de un país que parece no lograr reconciliarse hasta ahora ni menos acordar el rumbo a tomar para alcanzar el bienestar y el desarrollo.
Puntos destacados:
- El Golpe de Estado de Chile de 1973 terminó abruptamente con el gobierno socialista de Salvador Allende y se instauró un régimen militar de derecha liderado por Augusto Pinochet.
- 3,226 personas murieron en Chile por la violencia ejercida por agentes del Estado, según diferentes organismos.
- "La herida es tan grande... y el país no lo ha querido enfrentar. Y eso es parte del estallido social", dice Miriam Villalobos, exiliada de Chile junto a su familia en la dictadura.
Los recuerdos del ayer vuelven a entrelazarse con las experiencias del hoy en la vida de los chilenos, quienes sienten que la historia se niega porfiadamente a ocupar su lugar en la memoria, atizada por injusticias que no se han resuelto hasta ahora. Así esta parece revivir una y otra vez para encarnarse en nuevos hechos de violencia y desencuentro que desangran un país que, en los noventa y la primera década de este siglo, parecía encarnar el modelo del progreso sudamericano, pero que sin embargo en el presente vuelve a debatir su propio destino en medio de una nueva crisis.
Recuerdos de infancia en un Chile en conflicto
“Salimos de Chile con mi mamá, cuatro hermanas, y cruzamos todo el norte hasta llegar a Perú. Ahí nos reunimos con mi papá y quedamos a la espera de que algún país nos aceptara como emigrantes”, dice Miriam Villalobos sobre su experiencia de exilio con apenas 11 años. Ella pertenece a ese grupo de familias que debieron abandonar el país luego del golpe militar, temerosos de sufrir la violencia que el régimen ejerció contra sus opositores.
Miriam y su familia tuvieron la fortuna de que Australia aceptara en breve tiempo su petición de asilo político luego del viaje de exilio que inició su padre. Esta profesora chilena y australiana, le cuenta a SBS Spanish que la petición de esta entrevista la empujó a ahondar en sus recuerdos y sentimientos de infancia y juventud, y así revivir esos momentos tan particulares que vivió al ser parte de una familia desterrada de su patria. Este ejercicio de la memoria le hace valorar hoy aún más el gran sacrificio que hicieron sus padres para ofrecerles a sus hijas un mejor futuro.El número total de víctimas que dejó la violencia de parte de agentes del estado en Chile no ha logrado esclarecerse completamente hasta ahora, sin embargo, diferentes comisiones e instituciones nacionales e internacionales que se han encargado de rastrear los casos de violaciones a los derechos humanos estiman que, desde el inicio del régimen militar en 1973 hasta su fin en el año 1990, en Chile murieron 3,226 personas. Entre estas figuran 1,102 casos de víctimas cuyos cuerpos no han sido encontrados hasta ahora, denominados también como “detenidos desaparecidos”. Por otra parte, se estima que 31,686 personas sufrieron directamente la violencia política, de las cuales 28,459 fueron torturadas por su ideología o su rol en la resistencia al gobierno militar.
Miriam Villalobos junto a su padre. Source: Miriam Villalobos
“Cuando yo llegué a Australia tenía cuatro años y medio, en 1978”, cuenta Nathalie Molina Altamirano sobre el tiempo de su arribo a este país. Sus recuerdos sobre el Chile de aquel tiempo son escasos y se mezclan con las historias contadas por sus familiares. Y si bien ella cree que sus padres no sufrieron violencia directa por parte del régimen militar, algunos de sus familiares cercanos sí sufrieron persecución y torturas, situación que los obligó a ellos a escapar del país para buscar refugio en Irlanda y luego en Francia.
“Unos tíos que tengo sufrieron directamente por el golpe. Mi tío fue torturado en Chile por sus creencias políticas. Tuvieron que arrancar a Irlanda y luego a Francia”, cuenta Nathalie el terrible flagelo que vivieron los suyos.
Los tres años de duración del gobierno del ex presidente Salvador Allende (1970-1973) - quien murió el día del Golpe de Estado y además es considerado como el primer gobernante socialista en ser elegido democráticamente en el mundo - fueron años de ilusión para una parte importante de la población chilena, sobre todo para los más humildes y desposeídos, quienes sintieron que reformas como la estatización y nacionalización de algunas empresas, además de una profundización de la reforma agraria en detrimento de los grandes latifundistas, simbolizaban el inicio de un camino de justicia social, de redistribución más equitativa de la riqueza y un empoderamiento del pueblo azotado hasta ese entonces por la pobreza.
Para los detractores de Allende, en cambio, el estancamiento de la economía del país, la alta inflación y las políticas socialistas que perjudicaban a las élites mientras que acercaban a Chile a la Unión Soviética en medio de una Guerra Fría que azotaba al mundo, fueron motivo suficiente para apoyar un golpe militar que tuvo consecuencias trágicas para los chilenos.
“Las generaciones de niños chilenos nacidos en esos tiempos convulsos seguramente percibimos de algún modo matizado lo que pasaba en el país. Las situaciones fueron interiorizadas y mediadas por nuestra propia inocencia. Y aunque posiblemente no logramos comprender del todo en esos años la profunda herida que se abría en el país por causa de la violencia y el odio político, muchas señales de ese tiempo duro han quedado alojadas a fuego en nuestras vidas”, le comenta este periodista a uno de los entrevistados, con el que también comparte esa experiencia de crecer en Chile durante la dictadura.
“Nosotros teníamos ansiedades que quizás recién ahora, siendo una mujer grande, yo las puedo traducir y me puedo dar cuenta que teníamos muchos temores e incertidumbre como niños”, dice Miriam Villalobos, quien admite que no ha sido fácil este ejercicio de introspección, pues no todos los recuerdos son dulces y la memoria sincera no permite atajos.
Para no transmitirles sus ansiedades y miedos a sus cuatro hijas, los padres de Miriam debían luchar constantemente por ocultar esas emociones en medio de la inestable situación que vivían en esos primeros años de diáspora obligada.
En Chile muchos niños fueron víctimas directas e indirectas de la violencia del régimen. Los hijos de detenidos desaparecidos, por ejemplo, hasta hoy no pueden acudir a una tumba para llorar la partida de sus padres ni tampoco pueden sentarse frente a una lápida para quizás regocijarse reviviendo los momentos felices vividos junto a ellos antes de la tragedia. La misma posibilidad de la despedida y el duelo han sido amputados a los familiares de quienes sufrieron estos crímenes.
Oscar Cárdenas cuenta que como niño creció pensando que el único gobierno posible para un país era una dictadura, ya que no se hablaba de democracia en las escuelas y los adultos en las conversaciones públicas evitaban pronunciar conceptos que podían comprometerlos como disidentes políticos, por las graves consecuencias que eso podía acarrear. Pero a medida que pasaban los años era cada vez más evidente para él que el país vivía una situación excepcional.
Como ejemplo de las anomalías que se vivían en ese tiempo, Oscar dice que el director de su escuela primaria era un general de ejército. Una situación inconcebible en la mayoría de los países.
“Uno crece con una idea de que esa es la normalidad, y paralelamente en la casa te contaban que había otra normalidad. Y ahí se produce un contraste".
Por su parte, Nathalie Molina Altamirano, dice que ella recuerda que a partir de los doce años comenzó a entender mejor lo que sucedía en Chile en los tiempos de la dictadura.
Un entendimiento de justicia social y de las muertes, de las torturas, las desapariciones, lo comencé a entender más a los doce años
El caso de Miriam Villalobos es algo diferente, pues a pesar de que también ella comenzó a entender lo que pasaba en Chile entre los once y doce años, su experiencia de comprensión fue mucho más directa que la de otros niños, provocada por su experiencia directa del exilio.
“Durante el período que estuvimos en Lima, Perú, estábamos acogidos bajo un plan de Naciones Unidas, y toda la gente que estaba ahí compartía exactamente la misma experiencia nuestra. Por lo tanto, había como una campaña de educación a los niños”.
Además de esa campaña educativa realizada a través de imágenes y documentales de lo que sucedía en Chile, proporcionada por los grupos de exiliados, a su llegada a Australia la familia de Miriam se integró de inmediato a un comité de solidaridad que buscaba restaurar la democracia en Chile. Ellos fueron apoyo y soporte para esta familia arribada a un país nuevo, con una cultura totalmente ajena a lo que conocían todos ellos anteriormente.
Los chilenos que tuvieron que abandonar el país por motivos políticos se refugiaron en países tan disímiles como México, Suecia, Francia, Italia o Australia, entre otros.Oscar Cárdenas, a medida que entraba en la adolescencia, comenzó a comprender paulatinamente que también su propia familia había sufrido la violencia del régimen militar al igual que tantas otras personas en Chile. Aunque comenta que aprendió rápidamente que hablar de esos temas jamás se debía hacer en público, sino solo entre personas de confianza. Todavía recuerda los consejos de los mayores sobre la importancia del silencio. Ellos buscaban protegerlo y protegerse de las brutales represalias acometidas contra cualquiera que representara una amenaza para el gobierno militar.
Augusto Pinochet y la junta militar 1973 Source: AP
“Empiezan a aparecer los casos dramáticos de gente que había sido detenida y desaparecida, torturados. Gente de la familia que había pasado por lo mismo. Uno notaba que era un tema que no se podía hablar, solo al interior de las casas”, dice Oscar.
Australia, un nuevo destino
Para los padres de Miriam y Nathalie, la llegada a Australia significó retomar una cierta sensación de seguridad y armonía que anhelaban sobre todo para el bienestar de sus hijos. La democracia, las oportunidades de un país próspero, sumado a la ausencia de un conflicto social y su violencia asociada, les convencieron de que este era un país en donde podían ser felices.
“No tengo memoria de haber vivido situaciones difíciles donde yo haya sentido que no había empatía”, cuenta Miriam sobre su integración en Australia, país del cual se siente orgullosamente parte luego de 46 años de residencia. Aunque recalca constantemente que nunca ha dejado de sentirse también chilena.
Nathalie, por su parte, lidió un poco más por integrarse completamente a la cultura australiana, aunque afirma que no sucedió así en su primera experiencia en este país, cuando llegó con cuatro años, sino que más bien lo sintió al regresar por segunda vez a Australia para residir definitivamente siendo ya una adolescente luego de un segundo paso de su familia por Chile. Las dificultades propias de la adolescencia, una vida en el desarraigo y el crecer entre dos culturas diversas, la obligaron a luchar para encontrar su identidad, la que hoy la hace sentir feliz y orgullosa.
“Tardé muchos años para sentirme realmente australiana. Yo ahora me siento australiana y estoy muy orgullosa de estar en este país y le agradezco a mis papás y a Australia por las oportunidades que nos han dado”, dice Nathalie convencida. Tal como Miriam, a pesar de la distancia y los años viviendo en este país, ella también dice sentir un profundo cariño y pertenencia a Chile, sentimientos que ambas les han transmitido también a sus hijos.
Cómo transmitir el conflicto y la tragedia de Chile
Los hijos de Oscar, Nathalie y Miriam han crecido en Australia. Todos ellos coinciden en que una parte importante de la educación que les han prodigado comprende el explicarles, desde su punto de vista, lo que sucedió en Chile en los tiempos de la dictadura, pero también lo que el país sudamericano vive ahora, en un nuevo período convulso de su historia.
“Les nació la inquietud de preguntar cómo había sido mi infancia. Y encontraban inimaginable el tener que dejar un país como niño. Desde mi perspectiva les expliqué siempre todo lo que ocurrió en Chile, los cambios sociales que marcaron esta historia, y ellas tienen un concepto bastante claro, por supuesto, explicado de el punto de vista de sus padres”, dice Miriam.
Miriam, quien es profesora en el estado de Victoria, dice que sus hijas ya han tenido la oportunidad de conocer Chile y así se han dado cuenta de que hay sociedades que tienen menos regalías que otras.
Oscar dice que gradualmente les han ido contando a sus hijos preadolescentes lo que pasó en Chile, y aunque reconoce que no es un tema fácil de tratar, lo intentan hacer siempre con la perspectiva de enfatizar la importancia del respeto a los derechos humanos, independientemente de la ideología que cada uno posea.
“Ya uno puede explicarles cosas más complicadas como, por ejemplo, que el gobierno cometió torturas, violaciones a los derechos humanos reiterados, desapariciones, para tratar de acallar una posible oposición”.
Nathalie dice que les habla bastante a sus hijos de lo que sucedió y sucede hoy en Chile. Sus hijos, por ejemplo, saben lo que pasó con su familia exiliada en Francia durante la dictadura. Y a pesar de que no conocen Chile, ella se sorprende de como se sienten afectados por lo que ella les cuenta, aunque cree que les es difícil de asimilar porque esas situaciones no suceden aquí en Australia.Comunicar las experiencias vividas en medio de un estado de excepción, como lo es un golpe de estado, el crecer en una dictadura militar o sufrir un exilio, no suele ser simple y no se puede dar por descontado que quienes no han vivido este tipo de situaciones comprendan a cabalidad lo que significan estos acontecimientos para las personas que crecieron marcados por ellos.
Nathalie Molina Altamirano junto a sus tres hijos. Source: N. Molina Altamirano
Una de las cosas en que coinciden nuestros tres entrevistados es, justamente, en la dificultad de transmitir adecuadamente estas vivencias a aquellos australianos, por ejemplo, que no han tenido que confrontarlas directamente.
“Hay experiencias que no se pueden traducir en palabras, va más allá de lo que puede hacer un relato de palabras. Me ha tocado tratar de traducir lo que ha sido mi experiencia, y a veces pienso que es casi imposible hacerlo, al margen del nivel de empatía de la gente”, dice Miriam sobre ese umbral que se abre muchas veces entre personas que han vivido experiencias diversas, sobre todo si pertenecen a culturas diferentes.
“Si ellos no han pasado algo así en sus países de origen. No creo que puedan comprenderlo, como afecta a la gente realmente, no al cien por ciento al menos. No creo”, dice Nathalie, y da como ejemplo el caso actual de la pandemia y los toques de queda, los que ella compara con la larga y dura experiencia de los toques de queda que vivió Chile durante los años de la dictadura.
Y a pesar de respetar las quejas de quienes se lamentan por los encierros y las restricciones actuales aquí en Australia, Nathalie piensa que este tipo de lamentos refleja la incomprensión de los habitantes de países del primer mundo sobre las duras condiciones que viven otros países menos afortunados, y advierte sobre el cuidado que debemos tener incluso con el lenguaje para no herir las sensibilidades de quienes han sufrido, por ejemplo, los rigores de una dictadura.
“Por ejemplo, cuando hay un líder que dice que estamos viviendo en una health dictatorship, usando esas palabras, ¡Ellos no saben lo que es un dictador! Ellos tiran esas palabras para asustar a la gente, pero eso no es lo que significa realmente”, dice Nathalie enfáticamente, mientras mezcla un sentimiento de respeto por aquel que piensa diferente y que solo puede analizar el mundo desde su propia mirada, con un poco de rabia por lo que ella considera que es una manipulación de la gente desde la ignorancia.
¿Un Chile nuevo o el mismo Chile marcado por su pasado?
Ya han pasado 47 años desde el golpe militar en Chile y 30 desde el fin de la dictadura, sin embargo, las masivas protestas sociales ocurridas en Chile desde octubre del 2019 muestran que, al parecer, el país aún lucha por encontrar armonía y entendimiento entre sus habitantes.
Los manifestantes hoy reclaman un reparto más justo de la riqueza, el fin de los privilegios para las élites económicas y políticas, exigen justicia por los crímenes contra los derechos humanos y un reconocimiento para los postergados de siempre. Quienes se oponen a estas exigencias, en cambio, reclaman orden, seguridad y la continuidad de un sistema económico y político que consideran ha llevado a Chile al umbral del desarrollo, rodeado entre naciones menos pujantes.
En Chile hoy gobierna el derechista Sebastián Piñera, un millonario que integró la generación de avanzada en cuanto a políticas económicas neoliberales a las que adscribió el gobierno de Pinochet sobre todo en la década de los ochenta. Sin embargo, el descontento del Chile que salió a las calles no parece ser únicamente contra un partido político específico, sino que se extiende a todo el sistema político y económico imperante. Ese es una de las explicaciones del por qué esta crisis ha calado tan hondo en el país.
Considerando las circunstancias y el tiempo que ha pasado entre unos acontecimientos y otros, los reclamos y conflictos de hoy parecen no diferir en gran medida de los de ayer, aquellos que apearon a Salvador Allende como presidente de Chile y luego a Augusto Pinochet como el líder de la dictadura más prolongada de Sudamérica.¿Ha logrado Chile sanar sus heridas del pasado o este nuevo conflicto social es una repercusión de las luchas no resueltas de antaño?
Thousands of demonstrator protest in the center of the coastal city of Viña del Mar, Chile, 23 February 2020. AEfe Source: AAP
Para Miriam “las heridas profundas en algún momento sanan, pero la cicatriz queda”. Y para esta profesora Chile ha quedado “muy cicatrizado”. Por eso considera que el estallido social actual está vinculado al golpe militar de 1973 y a las jornadas de protestas de 1983.
“Lo que está ocurriendo en este minuto es una consecuencia lógica de un sistema que no ha cambiado y es por eso que se produjo el estallido social, donde un cierto porcentaje de la gente ha dicho ya no más”. Para Miriam, Chile aún muestra profundas desigualdades que impiden encontrar la paz social.
Chile tiene una herida abierta
Oscar lo dice así y considera que es a causa de la falta de justicia. Y pone como ejemplo el caso de Pinochet, quien a pesar de ser “la cabeza de un gobierno sanguinario”, no pasó por la cárcel ni un solo día.
“La herida es tan grande… Y el país no lo ha querido enfrentar. Y eso es parte del estallido, si bien no es el corazón del estallido, pero es un elemento muy importante que se añade a las demandas sociales”, añade el cineasta, quien sigue muy atento desde Australia todo lo que sucede en Chile.
Nathalie confiesa con dolor que ella pensaba que Chile estaba mejor y que la gente estaba más unida. Sin embargo, el inicio de las protestas y la reacción del gobierno, desplegando a policías y militares para reprimir las protestas, la hicieron cambiar de opinión.
“Me dolió, porque pensé que eso ya había pasado y que Chile estaba sanando sus heridas. Y era como que casi se volvió a lo mismo de antes, por la forma en que los militares atacaron a las personas que estaban protestando. Algo bastante grave”.
Este próximo 25 de octubre Chile volverá a las urnas para una votación histórica sobre la posibilidad de reformar su Constitución, la que fue modificada ampliamente durante, justamente, el gobierno de Augusto Pinochet, quien la adaptó a la ideología e intereses de quienes gobernaron el país en la dictadura.
Esta votación es una de las exigencias de quienes salieron a las calles y protestaron desde octubre a marzo de este año para exigir un cambio en el país. Está por verse si este es el primer paso de una transformación significativa y el comienzo de la sanación de las heridas del pasado, o bien, es otra etapa de un calvario que ya se ha extendido por casi medio siglo.
Escucha las entrevistas presionando sobre la imagen principal.