Sinopsis: Putis es una pequeña comunidad peruana del departamento de Ayacucho, la cuna del grupo terrorista Sendero Luminoso, cuya trágica historia fue plasmada en el informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación por la atroz masacre perpetrada por el Ejército contra sus pobladores.
Puntos destacados:
- En 1983, Sendero Luminoso asesinó al vicegobernador de Putis Santos Quispe Saavedra, lo que obligó a sus pobladores a huir a las montañas. Al año siguiente, el Ejército peruano llevó a gran parte de los pobladores de Putis con engaños de regreso a su comunidad, para luego cavar una supuesta piscigranja y asesinarlos en lo que sería su fosa común, de acuerdo al informe.
- la Comisión de la Verdad y Reconciliación concluyó que los campesinos fueron asesinados porque tenían sospechas de estar vinculados al grupo terrorista, pero además para lucrar con la venta del ganado de los campesinos.
- El Equipo Peruano de Antropología Forense, el EPAF, exhumó los restos de 92 campesinos en el año 2008. Hasta la fecha es la fosa común más grande reportada en Perú.
Epílogo del relato de Putis escrito por José Pablo Baraybar:
El desaparecido es pero no está.
Los lugares que frecuenta están vacíos, salió y aún no vuelve. Los objetos de su cotidiano, la ropa que lo abriga, el lecho que lo acoge, yacen en el mismo lugar donde los dejó, inmóviles, desposeídos, casi abandonados. Todo espera por su dueño. El tiempo cumple su cometido y avejenta, enmohece las cosas, lo transforma todo, lo vuelve decrépito e inservible.
Si algo tuvo vida se vuelve mustio, seco. El tiempo crea un invierno permanente.
Los desaparecidos son, pero no están.
Se encuentran bajo tierra o bajo una lluvia inclemente, tienen hambre como nosotros, sienten frío, sienten calor, nos miran pero no los vemos, nos hablan pero no los escuchamos.
Se preguntan sobre su futuro, un presente que no acaba nunca. Murmuran ahí, bajo ese árbol de cantuta.
Los vivos, los que están, los que no se fueron, los recuerdan y los mantienen en este lado del mundo, el mundo de todos los días. Los piensan, les hablan, les cuentan sus penas; la de la madre angustiada por no saber, la del hermano menor que no tuvo al mayor para defenderlo, la de la hermana a la que nunca pudo cuidar, ni celar.
Entre ellos se entienden, murmuran cosas jamás escuchadas, códigos desconocidos para nosotros. Acarician sus ropas, las que algún día hicieron, lavaron y plancharon. Sus hilos les susurran cosas al oído, las hebras, la trama, la urdimbre, los puntos y las costuras.Sus colores son siempre intensos, ni el invierno implacable ha podido reducirlos a manchas de tierra. Los vivos, los que están, traen a sus desaparecidos de regreso, a una sala, a un patio de escuela, a una plaza, a un pedazo de puna gélida.
People carry coffins containing the remains of the victims of a 1984 massacre during a funeral ceremony in Putis, Peru, Saturday, Aug. 29, 2009. Martin Mejía AP Source: AAP
"¿Será esta manga la que cubre este hueso?, ¿será este hueso el que forme este brazo? ¿Será este diente el que le falta a esta sonrisa? Tenemos que reconstruir, pegar, componer pero, ¿podremos devolver la vida, la sonrisa, la armonía a esas formas, la agilidad a ese brazo?"
No hay más pedazos de mundo o de persona en los Putis de nuestro país, no hay más dolor y silencio que en las profundidades de la tierra.
Putis es el Perú. Un país, un espacio, un terruño, un lugar de oportunidades y de ansias, un infierno chico en una pampa grande. Un país de colores que los desaparecidos y los suyos ven en blanco y negro, una bandera en el firmamento pero no "a media asta". Estamos en un cementerio. Esto no es un rincón, es una tierra de muertos. Aquí, hasta las flores rojas de la cantuta se tornan grises y opacas.
El Perú es Putis. Solo nosotros podemos devolverle los colores perdidos.
Solo nosotros podemos devolver la calidez, a los que se quedaron atrapados en ese invierno helado donde crece un pasto estoico que ni el viento de la tarde puede marchitar. Solo nosotros podemos traerlos de regreso. Para que sigan siendo, para que sigan estando, para que aunque solo huesos, ropa o sonrisa sin diente puedan reencontrarse con los que aún no pierden la esperanza de hallarlos.
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