Emigrar a Estados Unidos para salir de la pobreza es el sueño de muchos habitantes de la aldea de Yalambojoch, en el oeste indígena de Guatemala, el poblado natal de Felipe Gómez, el segundo niño guatemalteco muerto en custodia de la patrulla fronteriza estadounidense en menos de un mes.
Felipe, de 8 años, salió hace dos semanas llevado por su padre Agustín (47) de esta comunidad enclavada entre montañas, que tenía el anhelo de trabajar para enviar dinero al resto de la familia, pero la muerte lo alcanzó en la víspera de Navidad.
Ambos fueron detenidos al cruzar sin documentos a Estados Unidos el pasado 18 de diciembre en la ciudad de El Paso, Texas, y murió poco antes de la medianoche del 24 tras presentar síntomas de una enfermedad infecto-contagiosa que no fue especificada, según las autoridades estadounidenses.
Con la mirada perdida y los ojos enrojecidos por el llanto, Catarina Alonzo, de 31 años, luce desconsolada en la humilde vivienda de la familia y evoca la promesa que su hijo Felipe le hizo antes de emprender el viaje.
"Me voy con mi papá, mami. Me voy a ir allá a estudiar y ya después voy a trabajar para mandarles dinero", recuerda Catarina en el idioma maya-chuj apoyada en la traducción por su hijastra, también llamada Catarina.
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Un boleto de entrada a Estados Unidos
La madre del menor señala a la AFP que "no hay nada que reclamar" por la muerte del niño y ahora solo aguarda la repatriación del cuerpo.
Reconoce que junto con su esposo estuvieron de acuerdo que hiciera el viaje pues la situación "es dura" por la falta de empleo en esta zona remota del municipio guatemalteco de Nentón, a unos 185 km al noroeste de la capital, cerca de la frontera con México.
La media hermana del niño indica que su padre también escuchó que al llevar al menor tendría mayores oportunidades de quedarse en Estados Unidos, pero insistió que su hermano estaba determinado a viajar.
"El niño se puso feliz, estaba ilusionado de irse allá, de estudiar y de superarse", señala Catarina, de 21 años, en una habitación donde fue colocado un altar de flores, velas y fotografías del niño.
Unas pequeñas botas negras de hule, una mochila azul y un perro de juguete de Felipe también están en ese cuarto donde esperan velar el cuerpo.
Subsistir con remesas
En Yalambojoch, las precarias viviendas levantadas con tablas de madera contrastan con otras casas de concreto que han sido construidas con las remesas enviadas por los pobladores de la aldea emigrados a Estados Unidos.
"Cada persona que se va y logra llegar a Estados Unidos, lo primero que hace es juntar su dinero y manda para empezar a construir" y ayudar a la familia que se quedó, menciona el alcalde comunitario Lucas Pérez, de 45 años.
Vestido con una camisa celeste, la autoridad local lamenta que los pobladores se vean forzados a migrar por la escasez de empleos ya que como agricultores apenas puedan ganar entre 4,5 y 6,5 dólares al día.
A quienes les va "un poco mejor" es a los que se dedican a la albañilería, con un ingreso de unos 13 dólares.
La dieta básica en esta comunidad bien organizada de unos 1.500 pobladores son frijoles y tortillas de maíz y casi la mayor parte trata de criar un cerdo para venderlo cada año, detalla Pérez.
En Guatemala, según cifras oficiales, cerca del 59,3% de los 16 millones de habitantes vive en la pobreza, pero el índice aumenta drásticamente hasta un 80% en las villas indígenas, sobre todo en el occidente y norte guatemalteco que reportan los principales flujos de migración a Estados Unidos.
Con el paso de los años, las remesas que envían los migrantes, principalmente de Estados Unidos, se han convertido en un pilar de la economía guatemalteca, con un equivalente a 70% de los ingresos por exportaciones, que en promedio alcanzan 11.000 millones de dólares anuales.
"Aquí no contamos con ayuda del gobierno ni del gobernador, mucho menos la municipalidad. Durante la campaña sí vienen (los políticos), pero cuando ya están en el poder ya nadie se recuerda" de la comunidad, lamenta Pérez.
Además de la pobreza, Yalambojoch fue golpeada por la represión del ejército durante la guerra civil (1960-1996) y en 1982 la aldea quedó abandonada después de que sus habitantes huyeron a Chiapas, México.
Dos tragedias, una historia
La muerte de Felipe llegó justo el día en que otra comunidad indígena guatemalteca sepultaba la niña Jakelin Caal, de siete años, quien también murió en un hospital de Estados Unidos bajo custodia oficial tras cruzar ilegalmente la frontera en busca del "sueño americano".
Jakelin emigró junto con su padre Nery, de 29 años, desde el poblado maya-q'eqchi' de Raxruhá, 145 km al norte de la capital, y murió el 8 de diciembre posiblemente por deshidratación.
A causa de los fallecimientos de los niños guatemaltecos, el servicio de vigilancia fronteriza de Estados Unidos anunció medidas adicionales de protección al estar desbordado por el "enorme flujo" de familias migrantes que llegan al país y pidió más fondos al Congreso.
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