¡Ay!, la primera vez que voté en Australia, digamos, fue hace mucho. Nada era como en mi país, no había soldados ni tanques en las calles ni policías con metralletas. Tampoco había en las semanas anteriores mítines en las plazas llena de adeptos con banderas ni camionetas gritando los lemas con los altavoces.
Y ni hablar de la ley seca en mi país decretada el día anterior, lo que hacía que todos corriesen a los supermercados a comprar sus bebidas por adelantado. Incluso el día en que estaba prohibida la venta de alcohol la gente iba a la tienda de la esquina a darle "alguito" al comerciante para que pase la cerveza en botellas de gaseosa. En Australia, la gente bebía lo que acostumbraba los fines de semana.
El día que voté por primera vez, todo parecía tan tranquilo en Australia. Los que hacían campaña en la puerta del colegio a donde acudí me dieron los panfletos de cómo votar y de allí me fui a hacer una cola corta, no como en mi país, en donde las colas pueden ser interminables y donde se puede votar solamente en un lugar. Aquí puedes ir a varios. Eso sí, debo confesar que quedé sorprendida porque había alguna gente que iba sin zapatos y según vi por la tele, también en ropa de baño cortita en los barrios playeros.
Y claro, los colegios huelen a fritura de salchicha y cebolla, es el olor de la tradicional "salchicha de la democracia" que se come en el día de las elecciones australianas. Además, la persona que atendía, que casi siempre es un funcionario y no un ciudadano al que reclutan obligatoriamente como miembros de mesa, me pidió un documento con foto y me preguntó si había votado en otro lugar.Fui a la cabina de votación, toda de cartón, con dos papeletas, una casi tan larga como una sábana. Esa es la que se usa para votar en la cámara de diputados. ¡Ay, y qué dolor de cabeza me dieron las preferencias! En mi país se vota por uno, no se pone el orden de los candidatos que te gustaría que saliera en caso de que se elimine el que acumule la menor cantidad de votos si ninguno no alcanza el 50 por ciento. Y cuando terminé de votar me acerco a la mesa, ya con mucha vaselina en el dedo, para que la tinta indeleble no se me pegue hasta la cutícula.
Democracy sausage ready to be eaten on election day Source: AAP
¿Eso es todo? ¿Y la tinta?- le pregunto al funcionario. Eso es todo, me dice ante mi sorpresa. ¿Y cómo saben si no voy a votar de nuevo?, le pregunto ante un rápido “no worries” (No te preocupes). Y "tan Pancha "me voy a mi casa. Lo que sí eché de menos fue el almuerzo familiar del domingo electoral, y no solo porque aquí es sábado, sino porque toda mi familia está en mi país. También los resultados los seguí por la televisión en la noche y aunque había fiesta en el centro de operaciones del ganador, las calles estaban quietas, no había caravanas de simpatizantes con bocinas y megáfonos celebrando, como si la victoria de su partido fuera la clasificación de su equipo al mundial de fútbol.