Este vertedero, escondido en el desierto de Atacama en el norte de Chile alberga montañas gigantes de ropa usada.
Se pueden ver coloridas colinas que aumentan en altura a medida que pasan los días debido a las más de 59.000 toneladas de prendas que entran por la zona del puerto de Iquique, a 1.800 km de Santiago, todos los años.
Aquí van a parar las prendas descartadas del primer mundo que no se han podido revender o distribuir a poblaciones en países pobres.
El problema es que la ropa no es biodegradable y tiene productos químicos, por eso no se acepta en los vertederos municipales.
Todos los días decenas de lugareños se acercan para revolver las montañas de ropa en busca de las mejores prendas, para revender en sus barrios. Otros más pobres aprovechan para buscar prendas de abrigo.
Chile es el consumidor de ropa más grande de América Latina y también el primer importador de prendas de segunda mano desde la región de Asia, Europa, Estados Unidos y Canadá.
En la zona franca los comerciantes seleccionan las prendas para sus tiendas. Lo que sobra no puede salir por la aduana, así que o se va mediante contrabando, o termina siendo desechado.
Como la ropa no es biodegradable, no se acepta en los vertederos municipales y termina en estos basureros clandestinos.
Según un estudio de la ONU publicado en 2019, la elaboración de ropa en el mundo es responsable de provocar una pérdida global de agual del 20% .
Agrega que solo la producción de pantalones jeans (vaqueros) requiere 7.500 litros de agua.
El mismo informe destaca que la fabricación de ropa y calzado genera el 8% de los gases de efecto invernadero y que cada segundo se entierra o quema una cantidad de textiles equivalente a un camión de basura.
Ropa tóxica
En los basurales textiles de este desierto chileno es posible tropezar con una bandera de Estados Unidos, un par de faldas abrillantadas, ver un "muro" de pantalones con etiquetas e incluso pisar una colección de suéters con los motivos navideños tan populares en las fiestas de diciembre en Londres o Nueva York.
"El problema es que la ropa no es biodegradable y tiene productos químicos, por eso no se acepta en los vertederos municipales", señaló a la AFP Franklin Zepeda, fundador de EcoFibra, una firma de economía circular con una planta de producción en Alto Hospicio de paneles con aislante térmicos en base a esta ropa desechable.
Bajo tierra hay más prendas tapadas con ayuda de camiones municipales, en un intento por evitar incendios provocados y muy tóxicos por los químicos y telas sintéticas que la componen.
Pero la ropa enterrada o a la vista también desprende contaminantes al aire y hacia las napas de agua subterráneas propias del ecosistema del desierto. La moda es tan tóxica como los neumáticos o los plásticos.
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